Nuestro dulce soldado era de muy buen carácter, sonreirá constantemente, aplaudía y sollozaba cuando deseaba, sus compañeros siempre desaprobaron tremenda aptitud:¿Cómo un soldado como aquel podía traicionarles? los soldados no lloran, no ríen , no cantan…su función era la de ser fichas, para ello estaban fabricados, nuestro soldado tenía dos bocas tal fenómeno le hacía más carismático, tanto que sentía gran pena por la bailarina de estantes aledaños, ella era siempre inmóvil, posada en cuatro, después de su caída jamás pudo volver a levantarse, era la bailarina un ideal carcomido por el tiempo; era nuestro soldado la juventud junto al amor…eran ellos dos juguetes del mundo.
¡Qué mujer más bella! , exclamaba el al ver a su famélica bailarina con vestidos desgastados, algún día llegare con la sorpresa de mi fuerza…
Nunca podre pararme, se decía para sí la bailarina, ella ya tenía los huesos rotos, las palmas sucias, las rodillas raspadas y los cabellos blancos, tan tan largos que llegaba a cubrir su esquelético cuerpo, era el nido de protección que creció con el miedo al daño.
La historia de nuestra bailarina se remonta a la rutina, cada día ella entrenaba durante horas, se miraba a un espejo que multiplicaba su masa corporal y finalmente dormía sobre su pierna, tan vigorosa como un roble, tan vacía como la nada…callo un día la vigorosa, la petulante, la que todo lo podía, la que jamás deseo otra cosa que bailar quedo allí petrificada.
No, ella jamás iría en búsqueda del hombre de dos sonrisas, ella debía pintar el mundo y se encontraba incolora, el debía ser rígido y era un amante…el ira por ella.
-El destino es este soldadito…¿recuerdas tu vieja sonrisa?
Nuestro viejo soldado tenía su mirada puesta en su campamento, ya no tenía boca y sus ojos estaban cansados…
Reflexionaba en su silencio el soldadito, pobre el dulce que se volvió plomo…una bala atravesó sus dos bocas, le cerró su alegría, le volvió como a los otros, lo mancillo la apatía, recordaba aquel momento en que una rata le cobro su pasantía, el no tena nada de eso, no había hecho con su vida lo que debía…así se vio obligado a darse como carnada a un pez, destrozarse sus bocas y volver al lugar perdido donde estaba su bailarina.
El inmaduro niño al ver desgastados a sus juguetes, al verse impulsado por su madre, al verlos juntos y solos… los quemo sin compasión, la hoguera fundió sus cuerpos se amaron los desdichados muertos. Mira con atención la hoguera, percibe las canas sueltas.
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