En el pueblo donde habita la locura, encontramos personajes siniestros, todo tipo de desadaptados magníficos y admirables.
La negra, atravesó la habitación con el mareo y vomito que trae consigo la expectativa, al cabo de un rato, se imbuyo en el desazón más punzante que su alma pudo tocar alguna vez; el suburbio del odio y la rabia que se acomodaban en su corazón para ya nunca irse.la mujer examino una y otra vez ese cuerpo que reposaba sobre la camilla; sus ojos estaban llenos de aguas empozadas, su brazos temblando no resistían ver a su pequeña muerta: sin sus pechos, con las piernas quemadas por cigarrillos, con la cabeza enmarañada y probablemente sus genitales quebrantados.
Partió corriendo, impulsada por la fuerza de una madre y de toda una raza cuando es liberada. Huyo durante breves segundos, para cargar con su pena por el resto de su vida. En su ley , juro cobrar venganza, junto a una botella de licor más un triste y lento -¡plon!- fabricados de varias lágrimas.
Sin embargo, la negra estaba loca, tan, tan loca que ya se pasaba de cuerda. Y cuando ya era muy cuerda, no podía evitar volver a ser loca. por eso, sus conocidos la desprestigiaban y la veían como un personaje mágico, mentiroso he imposible, en el país de los atropellos. en donde ella se movía de boca en boca, donde sus labios pronunciaban con claridad la historia de todo un pueblo.
La encontré un día en la plaza de un lugar maravilloso, articuló muchas palabras; recordó ese par de imágenes, las proyecto nítidamente en mi cabeza. no pudo si no transmitirme esa tristeza que se volvía impotencia cuando yo me percataba que hay cosas que no pueden remediarse, que la miseria humana en realidad existía y que el lugar en el que yo me encontraba era una acumulación de pasado, que se reflejaba en los muros roídos y las estatuas con cuerpos mutilados.
Escuche su voz como un murmullo lejano, viendo su cuerpo inquieto por la película de mi mente; entonces me di cuenta que no era yo quien permanecía hay sentada; se adueñaban de mi extraños transeúntes de la vida, que merecían conocerla a ella; escuchar su estridente voz, que manejaba desde el tono más bajo, llevándonos de la mano hasta el grito más intenso; sentir esa expresión “¿y tú que te crees? ¡¿y tú que te crees?!” y luego ver nuestro rostro embadurnado por el beso más dulce y grueso que hayamos recibido de su parte.
Adorable, me decía. Pero yo no podía convertirme en la pequeña que ella ya había perdido, solo podía ser el amuleto pasajero que tendría por una noche indulgente y dulce; Yo también salí corriendo del lugar movedizo, pero esta vez fue la cobardía y la esclavitud de mis razonamientos quienes no pudieron soportar una obra maestra como la de ella: repleta de sufrimientos, calles, demencias, vicios, realidades…Me fugue, añorando siempre tener cerca a una mujer verdadera como la negra, que está en una esquina del mundo cobrando su zozobra, agitándonos con los hilos que nos manejan.
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