miércoles, 5 de enero de 2011

Roces amargos

Roces amargos

[Tercer cuaderno: 3 de octubre del 2010]

Días fríos y calles vaporosas, helague de narices y manos entumidas…y el sofoco de los recintos encerrados con cristales ya empañados; ese olor a calor acumulado; con el aliento que golpea en los vidrios de este bus, junto a caras lánguidas y aburridas. Sudor mesclado con la lluvia cotidiana de este invierno, crudo invierno de tráfico lento y amargo; llantas sucias de caucho, desgastadas en sus propios caminos.

Allí estaba yo durmiendo en una de las sillas polvorientas; sintiendo sobre mi cuerpo la masa de hombres y mujeres agolpados y asquerosos.

Allí estaba yo, despertando en el inútil juego de los desconocidos…

No quiero verlos, me resultan repugnantes. No quiero escuchar ningún ronquido ni detallar los rostros inexpresivos de entes consumidos.

Misantropía.

Decadencia.

Decepción.

Invierno.

Es lo que continua después del otoño…

La antipatía en la expresión de deseo soledad, la suciedad y transpiración impregnado a los vestidos incorruptibles y a los compromisos impajaritables y absorbentes…

-Absolutamente mi señor…

-estoy tan agobiada que le digo todo esto para que me ayude; deme la mano que me negó mi esposo, mi amigo mi hermano…démela usted, actué, ¡mienta!-pero revívame-

Encuéntreme graciosa, atractiva, sociable inteligente…

La conversación con el pasajero continuo como si nada, con el antiguo tema y la pobre lastima que les invadía hacia los damnificados.

Al cabo de unos días de aquel primer encuentro, yo solo quería oírle, sentirle, recibir su llamado y encontrar a la perfección echa carne.

Así anduvimos un buen tiempo, prendiendo nuestras miradas a cuatro pupilas dilatadas, hablando con dos labios que al abrirse se mostraban indulgentes con las dos lenguas rojo palido que se enlazaban de vez en cuando…

Nunca encontrarían la perfección, ni él, ni yo, ni la sociedad…ni siquiera íbamos rumbo a ella; por eso no debía clamarla en las calles ni el el cuarto donde nuestros dos cuerpos se aferraban y llegaban al éxtasis adictivo del sexo.

Respire profundo y pregunte…

El respondió y aspiro mi aroma que produjo uno de los silencios mas punzantes que jamás había vivido. la restricción mas enorme, el deseo de mi impotencia lo haz cumplido; y ahora respiro una y otra vez una que otra lagrima; y me reprocho…

Me digo que nunca debí clamarte nada…que este amor nunca debió ser el engaño de no tenerte, porque nunca fuiste, y yo como objeto desconocido roge tu amor; hoy desecho y entierro este innecesario clamor.

Prefiero sentirme sola que impotente…prefiero ser yo, y no ser tu.

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