De apuros, Barbas
[Tercer cuaderno 27 de octubre 2010]
En esa oficina desordenada y polvorienta, sobre una silla forrada con cuero rojo roído y rayado con tinta de pluma; un corazón ebrio adormecido por el crujir del vaso de ese viejo que descuidadamente lo ha soltado; el hombre se toca la barba abundante, en donde guarda las migas de pan de su locura, que se dispersan por el grisáceo de cada uno de sus cabellos.
Todos duermen, incluso el corazón, el vaso, la silla, la tinta, la pluma, y el artista…
Han emborrachado al alma y se ha rendido a sus pies besándolos sin control.
El viejo no se inmuta, sigue con su rostro sorprendido que fue transformando su ineptitud en un hecho extraordinario.
El tic tac tic del reloj ruje tanto que se solapa al crujir del plástico verde palido que rueda como una serpiente amasada por las manos. En la masa y el sonido un niño; que va siendo escultura con el retroceder de las manecillas.
Y esta forma, sopla las migajas acumuladas y estira las arrugas de la frente fruncida.
En la ebriedad, un niño, un viejo; y nada más que un corazón con forro curtido de tinta sangre.
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