miércoles, 25 de junio de 2014

La vibrante transmisión de la energía que recorre las neuronas,  y atraviesa el cuerpo impávido, el aleteo pasmado de los sueños lucidos, el despertar desacelerado del corazón, el temblor, la respiración agitada, las hormonas frenéticas,  el llanto contenido en una burbuja de inquietudes,  la mirada multicolor de un ser humano en un mundo dual,  la aspiración del infinito en una mente finita,  la utopía latente en las manos del sembrador y la luz que infunde vigor al oprimido.
La energía que nos predestina a amar incondicional y libremente, a deshacer la fatal ilusión en el campo del ego, desquebrajar las murallas de los errores sociales y develar el engaño de nuestros yoes sometidos a la vanagloria y la insensibilidad.

¡Que penetre la energía de la vida!
Que las moléculas cíclicas de nuestros órganos agiten el mundo de los artificios, que el ser humano, verdadero,  íntegro, en plena conexión, amanezca del vaho hostil de la ciudad, que sus alas sobrevuelen los torbellinos, que en contraste, su claridad tenga un particular residuo de poder sobrenatural, que lluevan extraordinarias visiones para los más ordinarios, y entonces cuando el roció de esta amplia conciencia resbale por su piel y resuene en su mente, comience el  renacer para volver a su ser, que este encuentro entre la partícula de Dios que reside en su interior y la partícula de Dios que colma el exterior, sean uno con él  en su comunidad, por siempre. Amén.

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