Un grito profundo se fundió con el terror, el vapor caliente fue a confesarle en su oído palabras insoportables, sus ojos cerrados no pudieron defender el pudor de su cuerpo; y fue examinada por cada sombra; ella se tumbo un poco; pero el agua de la ducha no dejaba de chorrear, ni sus pies de sangrar; el pequeño espacio le invito a arrojarse con sus rodillas juntas y sus brazos rodeándolas, todas las paredes impregnadas con el cuerpo ahora acurrucado en un rincón.
Lloriqueando, temiendo, goteando y cerrándose al mundo en su posición fetal, nadando en claustrofobia.
La tensión no puede durar; la mente no puede vivir perturbada durante mucho tiempo, enloquece o se aniquila a si misma, así sucede. El drama monstruoso y su paranoia no le dejaban ni un momento de tranquilidad; no podía ser la tierra y sus fantasmas el motivo de su perdición…
así, con temblor en su cuerpo, y gotas pequeñas sobre toda su piel, se levanto; cerro la llave, salió del baño con una toalla puesta sobre sus senos rígidos y otra sobre la cabeza que secaba con brusquedad para zafarse de sus idioteces maduras. Lo evadió todo, colocando la música a todo volumen y sumergiéndose en el libro de letras doradas; pero el control superficial tampoco tuvo su apogeo, las vueltas y nauseas de temor no dejaban de atormentarla.
Cuando las neuronas nos llevan por caminos llenos de tensión, dan vueltas sobre el pesimismo y sucesos jamás ocurridos; la timidez toma lugar, la soledad se acomoda y nuestro cerebro se marea embriagado por lo absurdo.
Afuera, la música venia de la tormenta, el libro era un escenario desolador de la tarde gris, las pocas personas caminaban con sus sombrillas apresuradamente, se escuchaba como las lluvia golpeaba con los techos de las casas, acompañaba con su compas la demencia de la mujer que no contenta con sus propios aguaceros salía hacia la libertad del frio y el agua; los pájaros buscaban formas de resguardarse, pero ella seguía firme sobre el prado, lloraba firme… extendía sus brazos.
La noche es menos comprensiva que la mañana y sus baños, que los chaparrones de la tarde. Sin importar cuánto halla que olvidar, ella se adelanta con el insomnio y las ideas aun más persistentes, irreales. Bajo la luna no se piensa igual, la demencia cabe en nuestro corazón en las horas que las bestias se levantan, que las putas abren piernas, y que los asesinos cazan; La sangre se torna más roja, el sudor es un estanque de hastíos.
Duerme, niña, ya duerme…
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