martes, 1 de mayo de 2018

Toda ella en su cueva...

Voy incursionando en el profundo misterio de mi corazón, donde los dolores del pasado son removidos por las escurridizas melodías del alma que expresan el incontenible y lento senticierto de la niña interna...Una lagrima que se abre paso entre el taco de la garganta y los ojos, esa agüita de osado valor quiere hablar aunque no tenga palabra, quiere gemir aunque no tenga motivos, quiere salir aunque la impertinaz mente no la pueda racionalizar.

Esas dos cascadas ahora quieren contar la historia de los no finales, de los cuerpos que se anelhan y las almas que se abrazan en silencio perpetuo de los kilometros a la redonda.
Ese silencio también quiere hablar, espera resolver, quiere hacer crecer y madurar a un corazón apasionado y ansioso por el sueño, que se torna difuso para la inquisidora mirada de una investigadora , que espera comprobar a través de los hechos sus suposiciones. Pero ni los supuestos, ni las expectativas acontecen, solo corre el tiempo, las palabras y ese indómito impulso de saciarse a través de los juegos en su cueva.

Desde ese lugar oscuro donde no se ven ni las sombras, pero se hallan todos los matices de la orquesta energética, que despierta una gran vitalidad en su quietud, entonces, viene el deseo de "ordenar" de escribirse a si mismo canciones de amor eterno. Viene la certeza, llegan las palabras de la aprendiz como bálsamo para recordar lo esencial y no perderse en la profunda bastedad del microcosmos, llega ese momento porque no se puede huir por siempre del buscador, que aparece como hierofante alado y multicolor para probar la tenacidad y el valor de ese manantial que escurre con la fuerza de un inocente disfrutador.

Catar el amor en dosis de pequeñas ausencias es el remedio ante el egoísmo, sentir, aunque solo exista una imagen difusas de lo que es un gran amor, es valido para la enamorada que busca en la mirada del infinito a su amado en el eterno sueño que nos da mil vueltas en remolinos concéntricos entre la mente y el corazón para que los muros se caigan y el mareo sea por fin manejado por el centro de la espiral, en el lugar donde siempre se llega al equilibrio, la esencia y la pureza.

La paciencia como su aliada, la respiración como su eterna compañera, el arte como su medio, la lectura como refugio, las letras como analgésico, las lagrimas como calmante, las aguas mezcladas, los sabores descubiertos, los sueños fermentados, las pasiones reanimadas, los recuerdos desempolvados, las palabras reabiertas, los tesoros vislumbrados, los aterrizajes turbulentos, los atardeceres no observados, los cristales programados, los alimentos ofrecidos, los tejidos potenciales, los trazos no ofrendados, las palabras que se intuyen, los dulces que pican, las aseguranzas desatadas, los humos que limpian, los fuegos que  curan, los espejos de obsidiana y los ovarios vibrantes...

Todo ello con la luna esplendida, en un punto donde el servicio al mundo solo se expande desde el amor propio y el desarrollo del amor incondicional...



Es el compostaje del ser, que después de obtener una gran cosecha y alimentarse de los frutos de ella, vive su mejor etapa: volverse tierra, limpiar y seleccionar la semilla, germinar y volver a crecer cíclicamente.


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