Mientras se incendian los pulmones del mundo,
Mi interior también lo hace,
No es el pronóstico alado de un amante,
O la febril anunciación de un encuentro,
Sino la soledad ardiente,
La disidente rasquiña de la tragedia,
La sinuosa figura de los que ya partieron,
El cielo henchido de sueños por visionar,
La incontinencia nebulosa de quien no halla su destino,
El existencialismo de un alma que se quebranta,
De una chispa que pugna por no rendirse,
Del dolor apuntalando las coyunturas,
Las noticias asustadizas,
Las llamadas inconclusas,
El aislamiento autoimpuesto,
La negación de la muerte,
El calentamiento de mis venas frente al inconformismo,
Y las voces de los poetas de antaño;
La luz que se filtra por el onírico desnudo de mi mente al
descubierto.
Y el navegar en el astral de energía sublime,
Para despertar de cuando en vez, en la incomprensible vida.
¿Cuantas hebras tendré que juntar para sepultar por fin al
desasosiego?
¿Cuantas palabras hilar para espantar al miedo?
¿Cuánto tiempo deberé invertir para alejar a la impaciencia?
¿Y cuantas décadas he de vivir para retornar al origen de la
verdad?
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