domingo, 1 de febrero de 2015

Experimentando en Arbania

[Actividad]
La música chamanica invadió la atmósfera, uno por uno los pequeños entraron al espacio, se dispusieron en círculo sentados en el suelo, solamente se elevaban dos sillas sobre ellos, donde encontraba una mujer y un hombre sentados, ellos eran la “abuela” y el “abuelo” de este País.
Se realizó un saludo cruzando los brazos y juntando las palmas, luego se les indico con un lenguaje no verbal, por medio del ejemplo, que debían dirigirse hacia los abuelos de rodillas y besar sus manos; después, estos se levantaron de sus sillas y ofrecieron bebida y comida a los integrantes del juego, las abuela solo brindo pan a las niñas y el abuelo solo brindo agua a los niños; se realizó un gesto con las manos dirigidas al cielo y luego al corazón que todos repitieron, posteriormente se realizó una danza; se midieron los pies de las mujeres con una regla, siendo el más grande merecedor de corona, la nueva princesa de este reino fue ovacionada, finalmente los niños se despidieron besando a los abuelos que ahora se encontraban a su altura.

[Experiencia]
Cuando me preguntaron por una canción natural, busque rápidamente un Icaro que nos acompañó durante la actividad. Asumí el rol de abuela sin tener muy claras las reglas, no obstante, el personaje comenzó adueñarse de mí y la música me fue guiando, brindándome paz; cuando los niños se acercaban a besarme la mano me sentí incómoda, pero cuando serví el pan a las niñas me sentí muy feliz, aunque, cuando un niño me extendió su manita y yo le negué el pan, se me desgarro el corazón al ver su rostro (reglas eran reglas)…tome mi lugar, pero no pude con el cargo de conciencia y me devolví a darle pan.

Para mí fue más que una simple actividad, porque sentí cada segundo muy real, género en mi muchas reflexiones sobre el poder y la libertad; pues yo sentí que era igual a ellos y que tener una posición “más elevada” que la de los niños era un peso para mi, cuando me besaban procuraba pensar en brindarles bendiciones, porque recordé cuando de niña me decían que no debía arrodillarme ante nadie excepto hacia dios, entonces pensaba si yo me negaría, o si esa era una postura de respeto o de sometimiento… En la retroalimentación les manifesté esto, haciéndoles saber que cada uno de ellos era especial y que yo me inclinaba ante su divinidad.
Ahora pienso sobre la vida “real” y las muchas ilusiones que generamos en torno al poder, dejándonos deslumbrar y olvidando nuestro poder interior.


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