Cuando llegué tú pacificadora del día,
Ni siquiera percibirás su presencia,
Hasta que llegué la noche,
Y su risa insustituible resuene en los orificios de tu recuerdo,
Así sabrás que en lo efímero siempre existe una huella atemporal;
Entenderás que la memoria solo es una aliada cuando no
viene con nostalgia,
Pero también sabrás que cuando una memoria remueve al pecho,
No hay huida que pueda apaciguar su fuerza.
Solo encontrándote, solo viéndola, podrás al fin hallar
el sosiego a tu irrefrenable impulso de escapar de ti mismo.
Y en el abismo escarpado del amor que ocultas, estará la
estrella más luminosa para tu existencia.
Los valientes siempre saltamos, atravesando el miedo y
desafiando a las ilusiones.
Vociferando con amplitud nuestro derecho a soñar, a flamear,
a vivir.

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